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Construyendo el paraíso perdido

La imitación engendra una falsa sensación de certeza que, paradójicamente, conduce al conflicto y la violencia. Por el contrario, la verdadera esencia reside en la creación, en la búsqueda de lo original, en aquello que aún no conocemos.

Guillermo Valencia
23 de abril de 2024

El relato del Génesis y la épica obra de John Milton, el Paraíso Perdido, han dejado una marca indeleble en mi percepción del mundo. Desde la narración del origen de la humanidad hasta el dilema de Adán y Eva enfrentando el bien y el mal, y la subsiguiente expulsión del Edén por sucumbir a la tentación del árbol del conocimiento, estas historias han resonado profundamente en mí.

Para mí, estas obras son mucho más que simples relatos; son metáforas poderosas que trascienden el tiempo y el espacio, abordando preguntas fundamentales sobre nuestra existencia: ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es nuestro propósito en este vasto universo? Nos recuerdan que cada ser humano tiene el potencial único de crear su propio génesis, una creación original que va más allá de las limitaciones impuestas por otros.

El jardín del Edén representa el pináculo de nuestra capacidad creativa, un espacio donde confiamos plenamente en nuestras habilidades para innovar y ser auténticos. Es el lugar donde desafiamos valientemente las normas establecidas, resistiéndonos al statu quo impuesto por una red jerárquica de conocimiento que dicta nuestro papel en la sociedad.

Sin embargo, a menudo nos encontramos atrapados en roles predefinidos: el comerciante, el profesor, el médico, la chica popular, el sacerdote, el programador... Estas etiquetas nos limitan y nos alejan de nuestra verdadera esencia, que radica en nuestra capacidad innata de innovar y crear.

Nacemos con un programa de aprendizaje predeterminado, que nos lleva desde la imitación inicial hasta la búsqueda constante de superación. Pero este proceso puede degenerar en competencia y conflicto, tanto a nivel individual como colectivo, como lo hemos visto a lo largo de la historia de la humanidad.

Es como nos enseñó René Girard, el camino de la imitación inevitablemente conduce al conflicto o la violencia. La historia de Esparta y Atenas, de Alemania e Inglaterra, y hoy en día de China y los Estados Unidos, nos sirve como recordatorio de esta verdad universal.

Pero renunciar al árbol del conocimiento del bien y el mal no es tarea fácil. Cuando mordemos la manzana, abandonamos la oscuridad de la incertidumbre y comprendemos nuestro papel en la jerarquía sociocultural, abrazamos la CERTEZA.

Se requiere un coraje extraordinario para resistir la tentación de la manzana, para abrazar lo desconocido, conectar los puntos de una manera inesperada y competir fervientemente por la originalidad, por el descubrimiento, por la creación.

Una sociedad verdaderamente creativa no solo genera riqueza material, sino que también elimina los incentivos para el conflicto. Sin embargo, este ideal depende de un atributo escaso y valioso: el coraje.

Los conflictos en el Medio Oriente, en Ucrania y Rusia, y las tensiones entre China y Estados Unidos nos recuerdan la urgente necesidad de abrazar la creatividad, de construir un nuevo modelo de producción que surja de las megaciudades, donde la diversidad es celebrada y millones están dispuestos a participar en experimentos de desarrollo y progreso.

Estamos en un momento crítico de la historia en el que debemos construir nuestro propio Edén, donde las megaciudades sean oasis de innovación y cooperación. Es en estos espacios donde un nuevo modelo de producción puede florecer, eliminando la necesidad de guerras por recursos, energía o territorio. Es hora de que abracemos el coraje y construyamos un futuro donde la creatividad y la colaboración sean los pilares de nuestra existencia.

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